martes, 28 de septiembre de 2010

Capítulo VI: Audiencia

Entonces…

El mundo era un lugar extraño para andar vagando solo.
Y no era mi intención hacerte esperar. No sabía si hacerlo por ti o por mí, si era por ambos que había que decidir.

El mundo era un lugar extraño y ya.

Se me había ocurrido esta extraña idea la primera vez estando a solas en una enorme y extraña ciudad, haciendo equilibrio sobre el barandal de un mirador de un parque con vista a un puerto de aguas turbias, con sus casinos y restaurantes petulantes sobre las costas y sus peces muriendo de calor en el mar.

Había pensado que siendo éste un lugar tan extraño y siendo nosotros -entre nosotros-extraños,  sería difícil captar tu atención de un momento a otro... atraparte, hacerte comprender.

Encender la luz, capturarte con un juego de espejos, convertirte en audiencia. Si… tomar un papel, colocarlo dentro de esta botella, arrojarlo al mar, y hacer que te fijaras en ella, por sobre las japonesas vestidas con volados y cetros con formas de luna, las cantantes con cabellos de colores, los tatuajes de peces koi, los elefantes con zancos, y todas las cosas titilantes y brillantes de este mundo extraño...

Entonces.

Resulta que hoy me has encontrado en esta interjección de calles, Meridiano 287 para ser exactos. Nos hemos encontrado puntualmente a las 15:47. Nunca ha habido nada especial entre nosotras, apenas hemos convenido quedar aquí para intercambiar las anotaciones que me has pedido sobre W. Benjamin y el ángel de la Historia. Sin embargo en cuanto te las entrego y hago anuncio de mi despedida, parece que quieres agregar algo más.

Entonces buscas nerviosa en tu bolsillo y cuando finalmente encuentras lo que quieres y prácticamente lo arrancas de su sitio, sacas de su interior un papel retorcido y me lo entregas con una sonrisa maravillosa, pidiéndome que yo termine de desenterrar de allí lo que ya casi está a un paso de ver la luz.

Lo examino sin comprender todavía de que se trata. Reconozco los trazos, los colores, reconozco mi caligrafía, reconozco que he sido yo, en otro tiempo. Recuerdo sin haberte conocido aún, que dibujé sobre esta esquela algunos lirios, algunos ojos, algunas bocas, algunas manos. Hubiera jurado que lo había tirado. Tal vez lo había mezclado entre mis notas. Pero no, no lo he tirado. En su lugar he puesto el papel en tu mano (y esta canción en tu oído, y este color en tu retina). cuando te conocí, para que no me olvidaras, he cometido todos estos actos absurdos, porque eso era lo esperable.  En aquel  papel, al dorso, te apunté mi número telefónico, por si en alguna oportunidad necesitabas mis anotaciones en clase. Un año más tarde las necesitaste. Y conservaste todo este tiempo el papel original en que anoté ese número; consideraste importante hacerlo. Aprecio que lo hayas hecho... quise en aquel momento que lo hicieras. Hoy, francamente, hasta me es casi incómodo que lo hayas hecho...

Entonces.

El mundo era un lugar extraño. Tan extraño que un pedazo de mi quedó vagando en él y otro pedazo de mí terminó a salvo en tu bolsillo. 

Escribimos algunas canciones, y pintamos algunos cuadros, y escribimos algunas cartas, y hacemos algunos juegos de espejos... para no irnos, para comunicarnos, para entrar. Y es difícil no pensar que todo eso no es un llamado. ¿Acaso no es eso? ¿Un llamado? ¿Acaso no es todo esto una cita? ¿Un pedido de audiencia?.

Pero me quedé sin palabras cuando llegaste a nuestra cita en Meridiano 287. A veces no sé cual es el mensaje. Si lo había lo olvidé, no sé qué era lo que tenía que decirte, no pensé que fueras a venir con esta, tu invitación en mano.

Tal vez todo se ha limitado a esperar a que estés aquí, a correr el telón y a cruzar los dedos por que estés aquí.

¿Y si estás? No sé que voy a hacer si estás. No sé que voy a decirte, no sé qué razones tendrías para estar. Tengo que pensarlo mejor, en esto todavía tengo que pensar.

De cualquier forma, quédate. Puedes conservar mi esquela, mi canción, mi dibujo, mi mensaje incompleto.