miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo XII: Los Hilos

El día comienza, y está destinado a tener el gusto amargo que ha tenido su sueño.
Ha sido de esta forma, y hasta que caiga el sol, completamente arruinado.

La piel dice tanto de nosotros. Así es como las manos ásperas las tienen quienes están conectados a la materia, y las manos suaves están asociadas a pasar las hojas de los libros.
También cicatriza distinto. Su piel, por ejemplo, tiene cicatrices hipertróficas. Son amoratadas y duelen los días en los que cae escarcha. Tienen este relieve, tan perceptible, tan indeleble, que no pueden pasar desapercibidas.

Todo permanece allí, más no intacto. El tiempo ha distorcionado algunas imágenes que se suceden en el sueño. No todas han tenido lugar en este plano, pero se han mezclado, y ahora son parte, indistintamente, de este recuerdo alterado.

Este recuerdo es una trampera; y ella sabe que hay maneras para evitar activarla. En su caso, tiene el reparo de no mirar más a la luna directamente a los ojos, de no dejarse tocar por la lluvia. De hacerlo, comenzaría a sentir el tirón de esos hilos invisibles que aún le unen a las cosas que ha dejado ir.

Es que este dejar ir tiene limitaciones. No tiene carácter definitivo ni absoluto. Para dejar ir cometemos un movimiento brusco, y en él muchas veces perdemos un fragmento. En la marcha que la distanció de aquello, dejó entonces una estela de polvo, un rastro de sangre, un caminito de vidrios rotos.

Cuando baja la guardia, cuando cae en el limbo del sueño, entonces es cuando camina -baila- descalza e imprudente. Es posible que en este sitio de pensamientos asaltantes e inhibiciones suspendidas, pise justo la trampera, y vengan así los recuerdos.

Late su cicatriz. Se abre la puerta de su ático. Desciende las escaleras su Fantasma. Él coloca su índice -desdibujado- sobre su frente, y hace que ardan encendidas sus marcas.

Los sueños son un mecanismo de seguridad para mantenernos dormidos. Son el sitio (real a pesar de su condición fantástica) en el que se resuelven las intrigas, se ordenan las nuevas ideas y se diluyen las preocupaciones del día. Si el sueño se vuelve pesadilla, sus engranajes comienzan a trabarse; la ilusión retrocede cuando no puede contener la fuerza de los espectros, del dolor, de todo aquello que no ha podido ser organizado bajo llave en el secreter de la consciencia.  Si finalmente logra despertarnos, el mecanismo ha fallado.

Así es como algunos Fantasmas traspasan las barreras. Resquebrajan el sueño, se hacen casi palpables, aceleran el corazón, nos abofetean en la cara, nos dejan extenuados.

Se despierta preguntándose dónde está aquello que ha perdido. Súbitamente le extraña. Se decide a mirar a la Luna directamente a los ojos, a dejarse mojar por la lluvia. Apoya voluntariamente el pie en la trampera, ha dejado que el hilo jalara de ella, ha mirado hacia atrás.

Pero ahora, aquí y hoy, ocurre que al mirar hacia atrás, y en toda dirección, no puede encontrar el punto de origen, aquello a lo que se siente atada.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Capítulo XI: Agua (o sobre Transition) parte I

No camino en la tierra, la desconozco.

La desconozco con los pies, con los ojos, con todos los sentidos,
me pregunto qué es de ella.

Nací, crecí y todo sobre mí se hizo en el agua, en un mar de agua salada, a temperaturas bajas.
Me muevo con torpeza, lamentando cada centímetro cúbico de mi volumen. Y es aquí tan profundo que nunca puedo determinar, a ciencia exacta, a cuánto me encuentro del suelo.

El curso de las corrientes me resulta impredescible; indescifrable como los patrones que controlan todo lo que aquí habita y se mueve. Porque si en la tierra nos gobierna la gravedad, aquí abajo rigen infinidad de autoridades igual de competentes.

Hace frío.  No he podido acostumbrarme al frío que hace aquí. Ni al color de la vida, azul oscuro, gris poluto. Ni al vacío que se extiende hacia todo punto cardinal como un crepúsculo que se traga las veinticuatro horas de un día que es siempre noche y no deja ver más allá de la estela de burbujitas que siempre me sigue como mi sombra.

Qué egocentrismo más absoluto.. percibir nada salvo mi respiración.
¿Pero qué hay aquí además de mi propia compañía, además de este Yo,
por demás insuficiente?
¿Quién escucha? ¿Quién habla?
Todo por fuera de mí es hostil.
Los Otros son manchas borrosas,
son peces que no tienen párpados,
se acercan flotando, formados en una cáfila espectral,
 mostrándome los dientes, queriendo arrancarme la piel.

Siento dolor, ¡todo el tiempo dolor!, dolor sin objeto, a veces sin estímulo ni motivo, dolor que ya es cansancio.

Esperaba ansiosa que un día las puntas de mis nervios se quemaran, sobrecargadas. Que comenzaran a fallar, primero de manera intermitente, y que luego, colapsado el sistema, finalmente me apagara.

Entonces sí, quizás, pudiera entregarme de lleno al movimiento involuntario que desencadenan las olas. Ya no tendría más de aquellos actos reflejo de querer pisar duro sobre el agua, o la necesidad de permanencer en el mismo lugar por más de un par de segundos, sufriendo por estar atada a la marea.

E iría zurcando en mi vuelo impreciso miles de dunas de arena blanca, que vendrían una detrás de otra, dejándome de ellas nada y quitándome nada de otras.

De tanto cabalgar al lomo de la turbulencia... sí... de tanto en tanto, recibo algún impulso violento que me lleva de cara al borde de la superficie. ¿Qué pasaría si me atreviera a romper el espéculo de agua y me empapara de aire?.

Pienso que en el preciso instante en que abandonara el agua; comenzarían a regir nuevas fuerzas en la tierra. Comenzarían los hombres a arrancarse sin dolor alguno los párpados, para luego dar un salto y nadar en las alturas, y las mismas alturas se volverían azules y oscuras; porque me temo muy a mi pesar que mi corazón, que mis ojos, que los cristales de mis ventanas, están hechos de agua. Y que de agua será, donde quiera que yo esté, a donde quiera que yo vaya.

(Febrero de 2008, en los días del Fin del Mundo)