domingo, 3 de abril de 2011

Capítulo XIV: El dolor Necesario

El perro juega a arrojar lo que quedó del cuerpecito de la mariposa al aire. Quiere a toda costa, la alienta a volar... pero lo que le queda de las alas es ya poca cosa. 
No va a volar y la laja se cubre de polvo de mariposa. Quienes los han visto saben que los cementerios de mariposas están entre las cosas más hermosas - y aún así tristes - del mundo.

El perro la alienta a volar, y en cada intento la desarma y la vuelve a desarmar. Es testarudo, la olfatea, la humedece con el hocico, la toma con los dientes, la vuelve a arrojar. Pero no... no podría... ¿cómo podría hacerlo con malicia?.

Ahora los perros se abalanzan sobre Elis, y la gata - alienada - se echa a correr. Hace apenas un minuto reposaba en mi regazo complacida por los rayos del sol. Pero así es la naturaleza, se amansa y se violenta, te quita lo que te da. Así es como todas las criaturas son a semejanza de Lilith, caprichosas y fluctuantes.

Elis se eriza. De hecho, ha dejado de ser Elis.

Intento protegerla en un abrazo pero me esquiva, me clava las uñas y me rasga el labio. Se libera de mí hincándome los dientes, luego derrapa en la laja y sale corriendo aventajando apenas a la jauría.

 Hay sangre por todas partes, pero aún no puedo creer que sea mía. 

Es que Elis ya no es Elis, ni sabe quién soy. Sencillamente se ha vuelto instinto y se ha echado a correr. Difícilmente comprendo que la sangre es mía, que la tengo en todo el rostro, que de amo ya no me queda nada. Vislumbro la posibilidad de que todo lo domesticado bajo mi mano debiera pasar a resultarme sospechoso, hostil y extraño.

Los perros juegan a cazar a Elis. Suena lógico, porque no pueden jugar a hacerla revivir y volar sin antes matarla; la naturaleza está repleta de estos reveses. Lo que da te lo arranca, lo que es manso se violenta.

Corro a buscarla. En el juego han levantado terrible polvareda. 

En medio de una nube de mordiscos le quito a los perros de encima.; pero no es valentía cuando no ves el peligro, cuando todavía crees tener garantías, y cuando todavía piensas que allí donde vamos llevamos el orden y superamos el caos. Afortunadamente, los perros se aburren y se van cabizbajos.

“Elis, ya pasó, ven que soy tu amo”.

Pero Elis ya no es Elis y no reconoce mi mano. Tiene estos enormes ojos desorbitados, perdió  su nombre en la huida y en consecuencia ya no tiene amo. Late allí su corazón primitivo. Me acerco pero para mi horror y sorpresa  me devora la mano.

Fantástico, ahora hay sangre por todas partes.  Sin embargo aún no reacciono ni quito la bendita mano!. Tiene que haber un error, no puede estar pasando.


"Si eres mía, por qué me estás lastimando?".

Sigo intentando y sigo forzando a que la Naturaleza entre en sus cabales, se vuelva racional, retorne a su molde. Pero el dolor es intenso y sé que aunque a Elis le vuelva el alma domesticada al cuerpo, algo se ha quebrado aquí para siempre.

Hay algo allí que se manifiesta y bulle, más allá de lo que domino, y en lo que sería estúpido seguir confiando. Allí está, La Cosa, de pie la vida, y está siendo irónica.

El perro juega entre las hojas, hojas entre las hojas. Va arrastrando su cadena, sabe traer el periódico y hacerse el muerto. Pero en cuanto aparece la perdiz algo allí brota, la toma por el cuello y la destroza. Las hojas van a cubrir lo que quede del cuerpo y será el crimen perfecto. No hay escándalo al respecto y La Naturaleza no hará ningún juicio de valor sobre el perro.

Así es como de manera impredecible lo que es dulce enseña las garras y te recuerda de dónde vienes. Te recuerda que tus reglas no rigen sobre toda la materia del mundo, que hay cosas que has olvidado, que no las ves pero que te respiran en la nuca y cuando quieren pueden hacerte daño.

¿Qué pasa que cada vez que La Cosa despierta nos sacude tanto?. ¿Qué pasó que la muerte se volvió “civilizada”, que todavía nos sorprende, como si nos parecieran las suyas intromisiones en nuestra vida sistemáticamente regulada?. ¿Y qué es este horror que siento cuando Elis me devora? ¿Cuál es la causa del profundo despecho? No es como si la Naturaleza hubiese roto el Contrato Social y traicionado nuestra confianza. ¿Llegué a pensar que teníamos tal cosa?.

No. Si lo piensas bien, no puedes romper las promesas que no haces. No traspasas los límites que nunca tuviste y no eres cruel cuando quitas lo que das porque jamás ha dejado de ser tuyo; solo lo prestaste.

Normalizado, domesticado, artificial y ordenado. Todo aquello se ve tan relativo después del dolor necesario.

Es difícil verlo cuando está velado bajo el asfalto; pero está ahí, respirando, e insisto, solo lo ves después de haber sentido este dolor necesario.