miércoles, 14 de abril de 2010

Cap. III: Pequeños actos de Creación (2da parte)

Todo lo que ella alguna vez quiso, lo tuvo en papel.


Hasta los amigos que le acompañaban a la casa del árbol eran de papel. La casa del árbol en realidad era una retama encorvada sobre sí, con mucha imaginación apenas sí se parecía a una cueva... y si comenzaba a llover, el agua se filtraba entre las ramitas avejentadas, el papel se mojaba y la lluvia hacía surcos sobre la cinta adhesiva que unía las piernitas a los torsos de sus amigos.

Con el calor del verano había que hacer abanicos de papel, y en invierno las sábanas para la cama de su muñeca también eran de papel.

De papel  era su peineta cuando, en las fechas patrias, el colegio católico organizaba obras de teatro. A sus padres les parecía ridículo todo el asunto, una cuestión comercial. Con sus seis años no quería darles motivo para no estar orgullosos. Si le decían que no comprar una peineta era una decisión “racional y en contra del consumismo”, ella se mostraba de acuerdo.
En el fondo deseaba esas peinetas bonitas que tenían las otras chicas, que iban con el cabello lleno de bucles y con los vestidos voluminosos gracias a las enaguas. En el fondo, sí que le parecía relevante si otra niñita tenía un vestido de boutique y ella por el contrario tenía que usar un camisón de su abuela sobre el escenario.

Sin embargo es irrelevante ahora.

Ninguna experiencia tiene una consecuencia inequívoca y ella hoy en día no se pone a llorar cada vez que ve a una niñita con un peinado vistoso.

Aquellas circunstancias desembocaron en que su habitación se llenó de versiones en papel de cuanto objeto le hubiera atraído alguna vez y no pudiera tener. Apenas eran reconocibles, pero por algún motivo comenzó a preferir sus versiones de las cosas a las que ya conocía. No sé si a esa corta edad podía regocijarse en sentir lo que yo llamaría “poder”. Pero si… ¿acaso eran aquellos los primeros actos de creación? ¿Acaso no era una manifestación de poder transformar las cosas? ¿No era el primer descubrimiento de un principio activo? .

Es que hacer una versión propia de las cosas implica también el adorable compromiso de aprender lo necesario para producirlas. Primero fue domar el papel, sus pliegues, su tensión. Pero luego no es suficiente... tu mundo requiere algo más... y  te extiendes hacia las telas y los géneros. Conoces sus texturas, conoces a las que tienen volumen, a las que caen, a las que fácilmente de deshilan, a las que brillan maravillosamente bajo cierto tipo de luz. Después haces tus pasteles, con tus propias proporciones, disfrutas conocer el pequeño misterio químico que a determinada temperatura se produce entre la harina y el huevo. Hasta aprendes a disfrutar el aroma a aserrín caliente que desprende la madera cuando cede ante el paso de la sierra.

Es todo esto un adentrarse, un conectarse, un ejercicio constante, como quien ejecuta pruebas de fuego, habiendo aprendido de las mismas ampollas de sus labios, de su constante ensayo, lo necesario para que la llama se vuelva una extensión de sí mismo.

Conmueve la forma en que la materia se dispone más o menos dócilmente a nuestras ideas. El límite entre lo posible y lo imposible - entre lo que son y lo que pueden ser - se desdibuja. Si esto no es la esencia de la vida misma entonces no se me ocurre que otra cosa pudiera serlo.

Me gusta cuando tú juegas con papel. Gracias a ese juego habrá siempre nuevas cosas para ver, y aquí habremos de estar, con los ojos abiertos.

Me gusta cuando ella acaricia el papel. Se le pone vidriosa la mirada y recuerda que se puede hacer un mundo a medida a partir de él.

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