miércoles, 14 de abril de 2010

Cap. III: Pequeños actos de Creación (1era Parte)

El tópico de Física durante las últimas semanas había sido circuitos eléctricos, y la consigna de la profesora, ambiciosa, era hacer una especie de feria de ciencias en la que tendríamos que exponer proyectos que manifestaran nuestras muy básicas nociones sobre flujos de electricidad.


Teníamos dos semanas para hacerlo y mi bosquejo sobre el papel parecía bastante sencillo; así de engañosos como son siempre los bosquejos.

El plan era fabricar una caja, con cinco orificios en su cara superior, en los que se incrustarían cinco llaves con forma de rosa y tallo. Estando todas ubicadas en su posición simultáneamente, activarían un mecanismo que las haría girar “delicadamente”. Extra-oficialmente, era parte del proyecto agregarle un chip de caja musical para que… hmmm… tal vez “Para Eliza” acompañara el movimiento giratorio de las flores.

En el interior de la caja, habría cinco poleas unidas entre sí por bandas de caucho. La polea central iría sobre un pequeño motor. Sobre cada polea, habría a la vez una arandela de madera con dos salientes de metal, aisladas la una de la otra. La llave-rosa tendría papel de aluminio en su punta, y al penetrar la arandela, uniría los dos polos.

Al mismo tiempo, el circuito independiente sobre cada polea, iría “enlazado” al circuito independiente de las poleas aledañas. ¿Cómo? Escobillas de alambre de cobre… Cuando todas las llaves-rosa fueran colocadas, completarían sus circuitos independientes y se unirían al circuito mayor a través de este contacto mediante las escobillas de alambre: la única forma que se me ocurrió de mantener el vínculo una vez que hubieran comenzado a girar las poleas.

La apariencia de la caja no era un detalle menor. Me fascinaban las cajas de música y los artefactos al estilo huevo fabergé. Hasta el día de hoy visito las ferias de vejestorios y hurgo largo rato en las cajitas llenas de engranajes y piezas de reloj. La cuestión es que su superficie tenía que acompañar el “delicado” movimiento de las rosas (Hay una razón para que siempre coloque “delicado” entre comillas, por supuesto).

Visité una maderera. Encargué los cortes, busqué piezas de madera que pudiera usar para las poleas… Comencé a fabricar las llaves-rosa, hice cada rosa en porcelana fría y las pinté con devoción. había manchas de acrílico mezcladas con aserrín sobre la mesa, y en el piso había una fina alfombra de alambre que te lastimaba los pies si corrías el riesgo de caminar descalzo.

Por entonces Anathema y yo manteníamos nuestro vínculo a la distancia. El compareció en mi casa la primer semana para ayudarme con el proyecto. Tenía una descomunal confianza en él… en mi mente, él era omnisapiente.

Resultó que Anathema no era omnisapiente. Si tenía grandes habilidades técnicas, pero no pudo resolver la cuestión elemental de que mis primeras poleas, no eran PERFECTAMENTE redondas. Como casi cualquier pieza de fibrofácil calado a sierra, tenía ligeras imperfecciones casi imperceptibles al ojo pero suficientemente importantes como para que las poleas salieran disparadas de la caja al accionar el mecanismo.

Conseguir el motor fue otra historia. Se activaba con seis pilas AA y las agotaba en ocho minutos.

La primera versión de la caja no funcionó. La decisión racional era optar por algo más sencillo… pero mi pensamiento era fijo y mi único deseo era ver girar delicadamente mis rosas. Odié a Anathema por no tener las respuestas para todo. La frustración no me dejaba dormir ni detenerme para comer.  Rehice mil veces las benditas escobillas de cobre, que se enredaban en las poleas. Las peinaba una y mil veces, cruzaba los dedos, descartaba toneladas de pilas.

Dos días antes de la feria descubrí el asombroso método de cortar fibro fácil con láser. Conseguí hacer poleas perfectas, sin poros, sin asperezas.

Una vez más monté la caja maldita. Gasté otro adhesivo instantáneo (llevaba usados como nueve, mandaba a mi madre a comprármelos con gran urgencia al almacén cada vez que se agotaban). El papel aluminio en la base de mis llaves-rosa se rasgaba día de por medio, había que volvérselo a poner.

Finalmente coloqué una por una las rosas  y la caja maldita funcionó. ¡Y vi girar las rosas! El momento fue espeluznante porque el ruido de las poleas dentro de la caja más la velocidad que adquirieron en el movimiento, hacía suponer que había serios riesgos de perder un ojo de permanecer muy cercano a ella. ¿Era parte de su maldición? Lo cierto es que jamás giraron “delicadamente”. Siempre, desde el origen, la caja maldita sonó como una batidora.
Ese día el movimiento hipnótico duró cinco minutos, lo que soportaron las seis pilas.

En apariencia, la caja maldita era muy hermosa, eso me gratificaba enormemente. Y si bien su función dejaba que desear… activarla y levantar su tapa, y ver el movimiento, y ver cómo las escobillas de cobre resistían la fricción, como se mantenían cerrados los circuitos, eso era para mi maravilloso, y valía cada noche de angustia.

La caja maldita, como todo lo que está maldito, solo pudo andar una vez más, dos minutos antes de la feria. A alguien se le ocurrió que era una buena idea hacer un reconocimiento táctil de sus escobillas, y después de eso no volvió a funcionar.

Con el correr del tiempo la caja maldita se ha ido descomponiendo. Lleva diez años de existencia y ha sobrevivido a múltiples mudanzas. Hasta Anathema fue responsable en su momento de quebrar una de las llaves-rosa; es que la caja maldita tenía su lugar sobre un piano y él acostumbraba a hacerla a un lado.

Me hace enormemente feliz cada vez que la observo. Recuerdo la enorme cantidad de factores que tuvieron que confluir para que una vez funcionara, acaso su complejidad pudiera ser el motivo de su imperfección? Entonces su imperfección a mis ojos la hacía perfecta, y a la vez, muy humana.

¿Implican dolor todos los actos de creación? ¿Y acaso el dolor que se escoge en un acto de voluntad y se transforma en una gratifiación, merece seguir siendo llamado dolor?.

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