lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo X: Nieve en Cisjordania

Ascendíamos a paso regular hasta la cima de la sierra, siguiendo un sendero difuso que se perdía entre las piedras y los árboles pelirrojos repletos de pájaros invisibles que hacían caer las hojas con el batir de sus alas.

Las nubes estaban bajas y continuaban bajando, y el aire se tornaba cada vez más húmedo y pesado. Que se aproximaba tormenta era seguro, pero estábamos a un paso de llegar a la cumbre y no podíamos volver estando tan cerca. El camino, que antes estaba trazado por unos hilitos de arena, recorridos a la vez por largas procesiones de hormigas que iban y venían llevando provisiones a sus hormigueros, había desaparecido por completo, pero el panorama era claro y ahora la perspectiva se había ampliado.

Finalmente en la cumbre. Y giramos sobre nuestros pasos y contemplamos el valle a nuestros pies. Y el mar de árboles pelirrojos desde lo alto era un mar de fuego, y más allá se tornaban verdes, y bordeaban colinas y sierras ondulantes en las que se clavaban casitas separadas por grandes distancias.

La nube comenzaba a cobrarse la nitidez del valle. Pensábamos en volver.

Pero entonces me volví hacia el Noroeste. Y la vi velada entre las nubes, la maravillosa cadena de cumbres que se fundían con la roca de esta sierra que ahora no era cima sino peldaño, sendero inconcluso, primera puerta.

Comenzaba a llover. Creí que habíamos hecho buen tiempo en aquel ascenso. Deberíamos haberlo hecho a los trancos!  ¡Cómo se abría ahora la tierra frente a nosotros en forma de abanico de piedra!.

Tal era mi entusiasmo que comencé a buscar un camino entre los arbustos.  De pronto la sierra se había vuelto un tanto más hostil. Mijaíl insistía en que tal vez era buena idea volver. Después de todo, la llovizna era densa y se dificultaba respirar en la altura.

Pero no... acaso no eran esas manchas blancas sobre la piedra un rastro de tiza? No eran esas cuatro piedras colocadas una sobre la otra una forma de indicar que era aquel el camino hacia la próxima cumbre?. Yo quería correr... correr y adentrarme en la nube.

Y a medida que corría las entrañas me dolían, y cada vez sentía más la falta de aire. El suelo se había vuelto un campo de espinas, que se prendían a las suelas de mis sandalias, algunas perforándolas, pero los rasguños serían curados al volver y podían esperar, esto era impostergable.  Entre las nubes aparecieron pendientes y acantilados, y árboles con formas monstruosas. Mijail comenzó a advertírmelo, estábamos perdiendo el camino de regreso. ¿Pero quién iba a olvidarse de esos árboles monstruosos? y las marcas en las piedras?.

Allí estaban otra vez esas marcas. Otra vez ahí, junto a esa roca, junto a esa roca enorme, que terminaba al pie de un risco. Ah... pero es que esta vez Mijail se agarraba la cabeza y me hacía entrar en razón mientras me lo hacía comprender. Las marcas habían sido musgo todo el tiempo. Y al voltear sobre mis propios pasos recién pude notar que esas mismas marcas que para mi claramente eran cruces, tal vez un tanto desdibujadas por el mismo pasar del tiempo, estaban sobre todas las rocas.

La nube lo había cubierto todo. Nos sentamos contra la piedra y respiramos hondo. Estaba, a pesar de todo, complacida con mi propio capricho.

Recorrí con el índice el intrincado diseño que sobre la roca había dibujado el musgo. Le dije a Mijail,

¿imaginabas encontrar algo con este detalle en este lugar? ¿Imaginabas que la Creación podía llegar a ser tan puntillosa que podía venir a colocar este retazo de vida, pequeño y bonito, sobre este punto olvidado del mundo que no ha sido hecho para ser visto?.

Y Mijail y yo nos quedamos allí bajo la densa llovizna, con la certeza de que la nube se iría antes de que cayera la noche. Descubrimos el sonido del agua a lo lejos, quebrando la tierra a cien metros bajo nuestros pies.

Cuando nos fue devuelta la luz del día, nos fue devuelta la perspectiva. Nuevamente vimos la cadena completa, y todo lo que aún no habíamos recorrido. Pero ya había probado mi punto. Sea lo que fuera, "Eso" estaba en todas partes. "Eso" gozaba de tanto poder creativo que había llenado de trazos infinitos hasta la roca más depreciada y olvidada sobre la Tierra. "Eso" corría en mi, y yo estaba completa cada vez que podía comprobar que estaba en todas partes, fuera lo que fuera.

Con dificultad encontramos nuestros árboles perdidos, y no fue sin alivio que avistamos la primer marca del sendero conocidos por todos en el pueblo.

El aire rápidamente se hizo liviano, el corazón volvió a su sitio. Regresamos a los hombres de los que veníamos. Los hombres de quienes venimos... qué puedo decir de ellos si algo ha cambiado después de aquel evento. Sus artefactos son admirables, pero consumen vida, sus luces huelen a pólvora, sus vestidos del reverso tienen costuras.

Si. No es que hayan perdido la habilidad de sorprenderme. Y sin embargo yo sigo esperando otra cosa.

Espero  que un día de estos nieve en Cisjordania.

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