miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo XVII: Eterno retorno

Hace diez años llegaba un librito a casa, venido a menos en una feria de saldos. Me lo he llevado al pecho como si irradiara de él algún tipo de calor reconfortante. El título es su rostro y su rostro me ha sugerido “aquí en el interior llevo una parte de tu alma”. Así, con diez años menos, lo arrastraba refugio adentro, como si se tratara de un bocado salido de las entrañas de Demeter. Pero diez años atrás  no podía distinguir entre un huevo  y una matrioska. Con la atención dispersa de la infancia, nos dejamos enamorar fácilmente y también abandonamos con premura lo que pierde su encanto seductor, irrevocablemente estacional. Se nos vuelve el pan duro en las manos, antes de que podamos darle una mordida. Así es que como cuando estamos inmaduros, tenemos en las manos la maldición del rey Midas.

La cuestión es que se volvió pan duro el librito. Lo mordí esperando sabor inconmensurable y para mi decepción no había allí más milagro químico que el de la sal y la harina. Apenas leí el primer capítulo, ni una palabra más… y abandoné con congoja, con el orgullo herido. Es que había entendido poca cosa!.

Estamos a mediados de Agosto y tomándolo por el lomo le digo “hoy nos volvemos a ver”. Es que hoy he comprendido- es decir, he sentido- que vivimos en permanente retorno. La vida es retorno. Si nuestro espíritu peca de muy trágico vemos este retorno con un solo ojo. Otra vez el pie haciendo crujir  la misma vara. Ouroboros, la serpiente que se fagocita a sí misma.

Regreso a las puertas de este librito, que ha esperado pacientemente durante diez años. Recuerdo sus murmuraciones intermitentes. Siempre lo amé, aún cuando no entendía las razones, aún cuando este amor era una adivinación, algo que iba a ser y aún no era.  Un presagio que rezaba “yo soy del color para el que están hechos tus ojos”.

Somos trágicos en Occidente. Si tuviésemos un pie en Oriente pensaríamos que el agua que corre bajo el puente nunca es la misma. Así es como las manos que abren este libro nuevamente a la vez son y no son; algo de ellas ya estuvo aquí, otra parte no.

Esta vez estoy lista para leer el segundo capítulo, el tercero, el cuarto. Es dulce dedicarnos a nosotros mismos nuestros libros. Nos recuerdan cómo éramos y cómo queríamos ser. Cuando nos leemos, cuando retornamos, si olfateamos bien, podemos distinguir la unidad esencial de lo que somos con lo que fuimos. El carácter, lo que permanece.

Estamos en Agosto y amo nuevamente algo que amé hace mucho tiempo. Una foto de un lugar gris azul, que continúa siendo un color placentero para mi alma. Y es como recorrer de nuevo un camino que hemos conocido allá lejos y hace tiempo cuando vagábamos perdidos. Vamos esta vez sorteando obstáculos, deteniéndonos en otras cosas, descansando de a tramos, alimentándonos mejor y sintiendo con más calma.

No hay nada más alejado de una maldición que el eterno retorno. Es la savia que nos recorre y nos convoca.

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